Nací en una familia feminista tradicional de los años 70, bajo la dictadura franquista.
Pronto me enseñaron a cumplir con la parte que me correspondía de mis tareas domésticas, con las que cumplía sin protesta alguna, quizá porque no había opción para la protesta. Entonces no sabía muy bien si yo era un «cuñado» (aunque todavía no existía el término) o si yo ya era feminista.
Con el tiempo fui instruido por mi madre en tareas de limpieza, «vamos, frota fuerte, no seas tan flojo», de costura: «un poco de costura te hará falta cuando te vayas de casa algún día», de cuidados de mis familiares enfermos, «te encargas de cuidar de la abuela, y que no se le quede la comida fría» y un cursillo de cocina «para cuando te hagas independiente», aunque aún no sabía que yo era feminista.
A la vez que estudiaba, como mi madre era limpiadora, comencé a trabajar en la limpieza de oficinas los fines de semana, allá por 1985, mientras mis amigos dormían plácidamente después de salir de fiesta. Especialmente, para que «no se me ocurriera de quitarme de estudiar», mi madre me mandaba limpiar las partes más indecorosas de las oficinas. Era un trabajo muy feminizado y muy profesional, en el que se apreciaba lo mal remunerdo que estaba y la comparativa desigualdad respecto de otros trabajos más masculinizados. Pero en una parte de la oficina había una biclioteca de autobiografías de peronajes ilustres entre los que encontré inspiración para mis estudios superiores, aunque ya empecé a darme cuenta de que quizá era feminista, aunque hoy sería calificado como «un feministo».
En las librerías «de viejo» encontré más libros de feminismo y comprendí que, en sentido práctico, gracias a mi madre y a mi padre, yo había sido ya feminista practicante, más que mis amigos y mis primos. Me daba cueta claramente de ello, especialmente por comparación, cuando varias de mis tias, que eran unas auténticas «cuñadas», situadas en las antípodas del feminismo, en algunos momentos de acontecimientos familiares especiales, en los que se apreciaba un falso matriarcado doméstico, me dirigían frases como «anda, pues sí que eres un cocinillas», y ante alguna de mis ideas igualitarias alejadas de roles tradicionales, proferían frases como «vaya ocurrencias», o la frase que más me gustaba, «vaya, ya está aquí el feminista con el feminismo ese», de ahí el nombre de esta Web, el femminismo ese: elfeminismo.com.
Hola, soy Samuel Ray. Si quieres escribirme puedes hacerlo: elfeminismoweb[arroba]gmail.com